Viajamos a un valle que tiene una fluidez única, tan casual y efectiva que revoluciona el mundo de diferentes industrias a diario. Desde lo lejos el pensar en Silicon Valley se asocia directamente a Google, Apple, Gates, Dorsey, desconociendo todo lo que hay alrededor; Adquisiciones, capital de riesgo, universidades, patentes, migración, etc..
Desde cerca todo tomó una lógica que era muy difícil ver desde lejos.
El desmenuzar el viaje por compañía creo que perdería mucha de su esencia, pero me gustaría empezar por los pequeños grandes startups, quienes prácticamente desconocidos resultaron ser los que nos abrieron los ojos con historias de trabajo, éxito, empatía y una facilidad para crear realmente envidiable. Nos hicieron borrar de nuestro vocabulario la palabra fracaso y se convirtieron en ejemplos de aquella renombrada frase de Alva Edison, "El genio es un 1% de inspiración y un 99% de transpiración”. Frase que captura lo que realmente es Silicon Valley, un espacio de creación. Sin pretextos, ni burocracia, la gente sabe lo que tiene que hacer y lo hace.
Las empresas de nuestro diario como Google, Paypal, Cisco y Twitter, nos encantaron con sus oficinas, cultura organizacional y visión del futuro. Rompiendo esa idea que a gran tamaño de compañía menor la flexibilidad de adaptarse o crear el futuro.
No todas fueron visitas empresariales, la Universidad de Stanford con su historia y presente, fue una invitación para preguntarnos qué buscamos en nuestra educación y qué estamos haciendo en nuestra preparación. La visita con Carlos Baradello nos llevo al por qué de Silicon Valley pasando por algunos insights de innovación, una de esas pláticas que nos hubiera gustado continuar en algún café.
Para complementar las pláticas tuvimos una experiencia que personalmente fue una de las mejores cosas que he hecho, cruzar el Golden Gate en bicicleta. Mientras lo cruzaba me sentí el ser más pequeñito del mundo pero pocas veces me he sentido tan vivo. Tomando todo lo que podía del viento, disfrutando de la vista y pedaleando a la velocidad de la neblina, terminamos en un pueblito encantador comiendo con un equipo digno del Tour de France. Al regreso el ferry cruzó un telón de neblina y nos presentó una cara de San Francisco que no conocíamos pero que brillaba igual que las otras.
Un viaje que acaba de empezar y estará con nosotros para siempre. Motivándonos a preguntar, hacer, fallar, colaborar, y hacer de nuestro trabajo y vida algo que importen.
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